TIEMPOS OSCUROS

De una madriguera surge la pandilla
por usar espuelas todos son buscados
como la marea de un mar iracundo
van cubriendo tramos de calles ajenas
(Un mediodía triste. José Cruz)

El pasado fin de semana, el Gobierno de la República, así como el del estado de Veracruz, se colocaron un estigma en la frente que los marcará para siempre, como una letra escarlata: el de la represión.
Enrique Peña Nieto decidió que quería dar –a como diera lugar y sin mentadas de madre– el grito de independencia en el zócalo de la ciudad de México, en donde hasta el viernes permanecía un plantón permanente de maestros de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE). Para este fin, ocupó a la fuerza pública y desalojó a los quejosos, opositores a la llamada “reforma educativa”.
El operativo se realizó con mediana violencia, como se pudo apreciar en la transmisión en vivo que hicieron sitios de Internet y hasta las televisoras en sus canales de baja audiencia. Si no cargaron con todo contra los maestros fue gracias a eso, a que la mirada del mundo estaba puesta sobre ellos. Pero la intolerancia es la misma.
Y como si ésta hubiera sido la señal esperada (cual si fuese una bengala en el cielo), en las entidades procedieron a hacer lo mismo en las ciudades donde había plantones de inconformes.
La capital de Veracruz, Xalapa, vivió uno de los episodios más ominosos de su historia. Luego de la represión del viernes 13 en el DF, maestros, estudiantes universitarios y asociaciones civiles convocaron a una acampada en la plaza Sebastián Lerdo de Tejada, la principal de la ciudad (y que nunca estuvo en plantón permanente), como medida de protesta por lo sucedido horas antes en la ciudad de México.
Por la madrugada del sábado 14, en la penumbra, con alevosía, una horda de policías estatales (de esos que dicen que están “científicamente” capacitados, pero con los narcos no se meten) arremetió contra quienes estaban en la plaza Lerdo ejerciendo su derecho a la libre asociación y manifestación.
Armada con bastones eléctricos, toletes y gases lacrimógenos, la policía veracruzana atacó a la gente apostada en la plaza, sin importar que hubiera mujeres, ancianos y menores de edad. La violencia fue pareja para todos. De eso hay testimonios de los afectados, así como de los compañeros reporteros y fotógrafos que acudieron a cubrir informativamente los hechos y también fueron agredidos por la fuerza pública del estado, que les confiscó a algunos sus cámaras fotográficas y les borró el material antes de devolvérselas.
Tras “recuperar la plaza”, la policía la acordonó y estableció, de facto, un estado de excepción. La entrada a la zona estuvo prohibida durante dos días. La mayoría de los negocios cerraron sus puertas. Quienes ahí viven o trabajan fueron sometidos a revisiones e interrogatorios humillantes. La actividad económica del centro de la capital del estado fue anulada. La libertad de tránsito, cercenada.
 ¿Todo para dar el “grito” ante una multitud de acarreados? ¿De verdad vale la pena pasar a la historia como represores por demostrar “quién manda”? No lo creemos. Es perder muchísimo para ganar prácticamente nada.
Porque el conflicto magisterial no está ni de cerca resuelto. En la ciudad de México el plantón sólo cambió de sede. En el estado de Veracruz las marchas y protestas continúan. Pero con la represión de la expresión de inconformidad, que está garantizada como derecho en la Constitución de la República, se abrió una nueva herida que tardará mucho en cicatrizar, y que no será olvidada.
Quizás eso no le importe a los gobernantes. Su visión cortoplacista así lo demuestra. Lo ven como un mal menor. Creerán que es un “daño colateral” que pueden manejar.
El juicio de la historia tendrá la última palabra. Y seguramente no los absolverá. En México, en Veracruz, vivimos tiempos oscuros.


Twitter: @yeyocontreras

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