INSTITUTO NACIONAL DE ELECCIONES ¿QUIMERA O ESPERANZA?
Si
antes de 2006 se hubiera propuesto desaparecer a los institutos electorales
estatales para que los comicios locales en entidades federativas y municipios los
organizara el IFE, muy probablemente la idea hubiera contado con el beneplácito
de la sociedad y de la mayoría de los partidos.
Sabido
es que en los estados, los órganos electorales están, casi sin excepción, bajo
el control del gobierno en turno, que los mangonea a su antojo y los reduce a
ser prácticamente una oficina de reparto de prerrogativas para mantener
contentos a los opositores, así como una agencia de colocaciones para
compromisos y amigos sin chamba.
En
Veracruz, el órgano electoral local es un mero organizador del tinglado que
cada tres años se monta para renovar poderes, y que a toda costa protege los
intereses del partido en el gobierno y cierra los ojos sistemáticamente ante
las evidentes violaciones a la ley en
las que incurren sin falta los candidatos y los institutos políticos que los
abanderan. En los hechos, es una oficina más del gobierno.
Este
esquema se repite en los demás estados de la República. Por ello no es de
extrañar que a pesar de la alternancia en el poder presidencial durante 12 años
de administraciones panistas, la mayoría de las entidades se mantuvieron bajo
el control del PRI, que conservó el poder utilizando las mismas viejas mañas y artilugios de toda la
vida, con la omisión o complicidad de los organismos electorales.
Así
que el hecho de que una sola instancia nacional, fuera del alcance y de la
influencia de los gobernadores, se encargara de organizar las elecciones
locales y federales, parecería una idea sensata y atendible. El que un
instituto nacional, como el que se propone crear en la reforma política que se
discutirá en el Congreso de la Unión, tome en sus manos la organización de
todos los comicios en el país, en teoría arrebataría a los caciques regionales
y mandatarios locales la posibilidad de manipular e incidir en los procesos.
Sin
embargo, y por desgracia, a estas alturas, nada lo garantiza. La actuación del
IFE en los procesos electorales federales de 2006 y 2012 dejó mucho que desear,
producto de la desciudadanización a la que lo sometieron los propios partidos.
Se comportó como si fuera uno más de los institutos locales, rehén de los
intereses de los políticos, echando por la borda el prestigio logrado en sus
años de fundación, en la década de los 90 de la pasada centuria, y que alcanzó
su punto más alto en el 2000, con la primera alternancia en la Presidencia en
70 años.
La
propuesta ahora es refundar al IFE en un ente nuevo, un Instituto Nacional de
Elecciones. Pero además de que eso supone un gasto multimillonario (de por sí
bastante caro ya sale), si no se le protege de la injerencia de los intereses
de los partidos, no servirá de gran cosa. Será otra oficina organizadora de
procesos electorales al servicio del patrón en turno.
Lo
que en realidad se necesita es revolucionar el sistema político de este país,
que lleva tiempo pudriéndose.
Email: aureliocontreras@gmail.com
Twitter: @yeyocontreras
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