HABEMUS FACHO
Cuídense de los falsos profetas. Vienen a ustedes disfrazados de ovejas,
pero por dentro son lobos feroces. Por sus frutos los conocerán. ¿Acaso se
recogen uvas de los espinos, o higos de los cardos?
Mateo 7.15-16
En
las últimas décadas, la Iglesia Católica sufrió un importante decremento en su
feligresía en todo el mundo por diferentes motivos, pero principalmente por
haberse negado a entender los tiempos que corren y por la corrupción de una
buena parte de sus ministros. Y hablo de la institución. La fe religiosa es cuestión
personal de cada quién, y que respeto absolutamente.
La
iglesia romana se fue alejando de su rebaño seducida por las riquezas materiales.
Mientras en sus prédicas exalta la pobreza de Jesucristo, sus ministros se
bañan en oro y departen con los poderosos del mundo, cual estrellas del jet set.
La
doble moral de su alta jerarquía la llevó por un lado a condenar prácticas que
acusa de obscenas, como el aborto, la anticoncepción y los matrimonios entre
homosexuales, mientras que en su seno encubrió desde las más altas esferas a
pederastas enfermos como el fundador de los Legionarios de Cristo, Marcial
Maciel, y muchísimos más, quienes se aprovecharon del respeto, autoridad y temor
que infundían en su grey para abusar, durante décadas, de niños a quienes les
despedazaron la vida, siempre en el nombre del Señor.
A
esto se atribuye que el papa alemán Benedicto XVI haya decidido dimitir hace
unas semanas. En medio de escándalos por manejos financieros oscuros y
señalamientos de prácticas inconfesables en el mismo trono de San Pedro, su
sucesor –según la tradición católica– prefirió tirar la toalla, acaso abrumado
por la culpa.
No
por nada en Europa otras confesiones religiosas desplazan velozmente al
catolicismo, que dejó de cubrir las expectativas de espiritualidad de una población
que sigue en busca de respuestas que desde el Vaticano ya no le dan.
Por
ello no es casualidad que el nuevo jefe de la jerarquía eclesiástica católica,
el sucesor del alemán Ratzinger, sea latinoamericano. El propio Juan Pablo II
se refirió a América Latina como el “continente de la esperanza”, por ser de
los últimos bastiones donde la Iglesia de Roma conserva su influencia y
probablemente a la mayoría de sus fieles a nivel mundial.
El
nuevo papa, el argentino Jorge Mario Bergoglio, quien adoptó a Francisco como nombre
para su pontificado, es un jesuita, lo que de entrada hizo pensar que se había
optado por un estilo menos conservador para gobernar la Iglesia los próximos
años.
Pero
su pasado brotó de inmediato. El Papa que tomó su nombre pontificio de San
Francisco de Asís, colaboró con la dictadura militar fascista en su país. Sus
fotos acompañando y hasta dando la comunión al sanguinario asesino Jorge Rafael
Videla circularon como malaria en la red apenas se supo de su unción, así como
las acusaciones en su contra por presuntamente haber delatado ante la Junta
Militar argentina a dos sacerdotes que realizaban labor social en aquellos años,
y por haber callado ante las desapariciones forzadas y las torturas contra los
disidentes.
Las
posiciones que como obispo y como cardenal expresó Bergoglio son las mismas de
esa iglesia que se pierde en la obsolescencia y el anacronismo, de un conservadurismo medieval.
Al
parecer, los curas pederastas y la corrupción clerical tendrán un nuevo campeón
en la figura de Francisco. Y la Iglesia Católica continuará por el mismo camino
que lleva andado desde la muerte de Juan Pablo I.
Por
sus frutos, lo conoceremos.
Email: aureliocontreras@gmail.com
Twitter: @yeyocontreras
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