EL GRAN TLATOANI


La asamblea nacional del PRI celebrada este pasado fin de semana sirvió para –demás de quitar candados de sus estatutos para aprobar las reformas neoliberales y para postular candidatos presidenciales y a gubernaturas sin paso previo por cargos de elección popular– entronizar a Enrique Peña Nieto como el nuevo “Huey Tlatoani” del Revolucionario Institucional.
La expresión náhuatl “Huey Tlatoani” es la que los mexicas usaban para llamar a sus autoridades, a los máximos gobernantes, a quienes se le debía respeto y obediencia  absoluta.
Fieles a esa tradición, en México nunca dejamos de ver a nuestras autoridades como una especie de tlatoanis, figuras paternales omnipotentes y omnipresentes que nunca se equivocan, siempre tienen la razón y cuentan con la solución adecuada a todos los problemas de su amado pueblo.
Eso aplica para la época moderna, y para todas las facciones políticas. Baste ver a los militantes de un partido que ejerce funciones de gobierno, de la corriente ideológica que se guste, para notar que defienden hasta la ignominia a las autoridades emanadas de sus filas, como si por esa sola razón adquirieran un halo divino que los hiciera infalibles.
Al perder el poder presidencial, el PRI quedó en la orfandad. Perdió a su Huey Tlatoani. Y aunque trató de compensar esa carencia repartiendo el poder entre los gobernadores tricolores, nunca fue lo mismo. La naturaleza del priismo, nacido y criado en una tradición autocrática, le pedía a gritos volver a tener un solo “gran señor” al cual venerar.
Cierto es que el último presidente de la República salido de las filas del PRI –que no necesariamente priista–, Ernesto Zedillo, impulsó aquello de la “sana distancia” con su partido –lo cual, vale la pena hacer notar, también fue aplaudido a rabiar en su momento por sus correligionarios–. Pero a la postre, los resultados fueron desastrosos. El tricolor perdió el poder en el 2000 y en 2003 fue reducido a tercera fuerza política del país.
Empero, la llegada a la presidencia de Peña Nieto significa una restauración en muchos sentidos: de las viejas formas de hacer política, de grupos y personajes que se creía erradicados de la vida pública nacional, y de estilos de gobernar.
El PRI se reencontró con su “Huey Tlatoani” y no sólo eso. Lo incorporó a un organismo de dirección del propio partido: la Comisión Política Permanente, el máximo órgano de decisión del Revolucionario Institucional.
Y no hace falta que Peña presida formalmente la comisión. Por sí mismos, los priistas le entregarán todo el poder para que tome decisiones en materia partidista.
Porque está en sus genes.

Twitter: @yeyocontreras

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