EL PRECIO DE LA SOBERBIA DEL PRESIDENTE
Fotografía: Iván Stephens |
La
evasión de responsabilidades del presidente Andrés Manuel López Obrador sobre
lo que sucede en el país que gobierna está llegando a niveles delirantes y, por
ello mismo, muy peligrosos.
Ante
la fuertes críticas que le arrojó el fracasado operativo en Culiacán para
detener a los hijos del “Chapo” Guzmán, y fiel a su costumbre de que otros
carguen con sus propias culpas, quien funge y cobra como titular del Poder
Ejecutivo federal hizo una declaración inverosímil.
Buscando
a como dé lugar sacar del clima de opinión el tema del fiasco de Culiacán para
que no dañe su imagen -que, valga decirlo, apenas si salió rasguñada según las
primeras mediciones realizadas-, López Obrador aseguró que “yo no estaba
informado. No me informan en estos casos, porque hay una recomendación general
que se aplica. Le tengo mucha confianza al Secretario de la Defensa” (sic).
La
declaración del Presidente es rayana en el absurdo. Nadie con dos dedos de
frente puede dar crédito a una situación en la que mandos medios decidan por su
cuenta detener a dos peligrosos narcotraficantes, herederos de un grupo
criminal armamentística y económicamente muy poderoso, y sobre quienes pesan
solicitudes de extradición a los Estados Unidos, sin que el Comandante Supremo
de las Fuerzas Armadas no solamente esté enterado, sino que dé su autorización
expresa para ir adelante en un delicado y riesgoso operativo.
Porque
si le concedemos al Presidente que esto es así, entonces hablaríamos de algo
todavía más grave: la ausencia total de guía, dirección y rumbo en un gobierno
sin cabeza, en el que cada quién hace lo que quiere. Y definitivamente no es el
caso.
Si
algo ha distinguido siempre a Andrés Manuel López Obrador es su obsesión por el
control, por concentrar en su persona las decisiones más importantes y, por
obviedad, el poder. No es un político que admita el disenso, la contradicción ni
las opiniones diferentes a la suya. Sus decisiones no se cuestionan. Y quien se
atreve, es expulsado de su círculo.
El
cuento de que “no estaba informado” sobre el operativo en Culiacán es el mismo
que ya contó cuando Gustavo Ponce, su entonces secretario de Finanzas en la
Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México, fue exhibido apostando grandes
sumas de dinero en Las Vegas y su operador político más cercano, René Bejarano,
grabado recibiendo y metiéndose fajos y fajos de billetes en todas las bolsas
posibles.
Así
como entonces, López Obrador quiere que otros carguen con sus responsabilidades
y que el costo de las pifias y pésimas decisiones lo paguen otros y no él. Solo
que esta vez ese costo lo está pagando el país, a un precio altísimo: el del
derrumbe institucional, a través del empoderamiento de los criminales y la
humillación de las fuerzas armadas.
El
precio de la soberbia del Presidente puede llegar a ser incalculable. Y
pagarlo, imposible.
Con los alcaldes, muy
cabrones…
Y
mientras con los narcotraficantes son “humanistas”, a los “anarquistas” evitan
“reprimirlos” aunque destruyan a su antojo y a los vándalos disfrazados de
estudiantes les aceptan cualquier chantaje, el gobierno de la autodenominada
“cuarta transformación” lanzó gases lacrimógenos en contra de presidentes
municipales que exigían una audiencia con el Presidente de la República en
palacio nacional.
Con
los alcaldes, muy cabrones. ¿Y con los narcos…?
Email:
aureliocontreras@gmail.com
Twitter:
@yeyocontreras
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