NOS LLEVARON AL BAILE
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Fotografía: tomada de redes |
Mientras el presidente Andrés Manuel López
Obrador disfrutaba de la fiesta particular de “cumpleaños” que se organizó en
el zócalo de la Ciudad de México con un costo de casi cuatro millones de pesos
provenientes del erario, en el Senado de la República se urdía una trastada
para conferirle poderes plenipotenciarios sobre una cantidad inmensa de
recursos financieros.
El mismo 1 de julio, a un año de la victoria
electoral de quien prometió una “transformación” en los usos y costumbres del
quehacer público y una lucha frontal para acabar con la corrupción en el país,
se introdujo lo que en ese momento se calificó como la resurrección de la
“partida secreta” del presupuesto federal, de la que gozaron los presidentes de
México desde Venustiano Carranza.
La “partida secreta” era una porción del
Presupuesto de Egresos de la Federación, de la que el titular del Ejecutivo
podía disponer a discreción, sin rendir cuentas absolutamente a nadie. Ni
siquiera era posible conocer el monto exacto del dinero que los mandatarios en
turno usaban para lo que les viniera en gana. Incluido su enriquecimiento
personal.
Se
trata incluso de una facultad constitucional, incluida en el artículo 74 de la
Carta Magna, el cual señala que “no podrá haber otras partidas secretas, fuera
de las que se consideren necesarias, con ese carácter, en el mismo presupuesto;
las que emplearán los secretarios por acuerdo escrito del Presidente de la
República”.
Esto
se hace aún más específico en la partida 79901 “Erogaciones Contingentes” del
Clasificador por Objeto del Gasto para la Administración Pública Federal, en
donde se incluyen las “asignaciones de recursos que se aprueban por la Cámara
de Diputados del Congreso de la Unión, conforme a lo establecido en la fracción
IV, párrafo tercero, del artículo 74 Constitucional”.
Sin
embargo, desde aproximadamente el año 1998 la llamada “partida secreta” fue
dejada en ceros en el Presupuesto de Egresos de la Federación, aunque nunca
dejó de acusarse que los sucesivos gobiernos usaron recursos públicos sin
control ni fiscalización.
El
literal “madruguete” en que incurrieron los senadores se encuentra en la
adición de un segundo párrafo al artículo 61 de la Ley Federal de Presupuesto y
Responsabilidad Hacendaria aprobado la madrugada de este 2 de julio, durante la
discusión de la rimbombante Ley de Austeridad Republicana, y cuya redacción quedó
de esta forma: “los ahorros generados como resultado de la aplicación de dichas
medidas (de austeridad) deberán destinarse, en los términos de las
disposiciones generales aplicables a los programas del ejecutor del gasto que
los genere. Por cuanto hace al Poder Ejecutivo Federal, dichos ahorros se
destinarán a los programas previstos en el Plan Nacional de Desarrollo o al destino que por Decreto determine el
Titular”.
Al
establecer en la ley que el Presidente de la República determine por decreto el
destino de los recursos que se ahorren por concepto de las draconianas,
insensibles y en algunos casos irresponsables medidas de recorte al gasto
público implementadas por esta administración, se le otorga en los hechos un
cheque en blanco para hacer lo que quiera con un monto que se estima oscile entre
los 90 y los 130 mil millones de pesos. Una suma que ni Carlos Salinas de
Gortari –con quien Andrés Manuel López Obrador verdaderamente odia ser
comparado- soñó con manejar.
Y
mientras ellos bailaban en el zócalo, a los mexicanos
nos llevaron al baile.
Email: aureliocontreras@gmail.com
Twitter: @yeyocontreras
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