EL ACECHO MILITAR
![]() |
Fotografía: Gobierno de Veracruz |
En la anterior entrega de la Rúbrica se
analizó el papel que ha jugado la Guardia Nacional desde su creación en 2019 y
cómo a pesar de lo que se dijo en ese momento, en el sentido de que sería un
órgano de seguridad de corte civil, siempre estuvo militarizado.
Eso era tan evidente, que en el gobierno decidieron
dejar de simular y asumir la condición castrense de este cuerpo destinado –en
el papel, al menos- a las tareas de seguridad pública. Aunque como pudimos
revisar, sus labores más trascendentes han sido las de la contención de los
flujos migratorios que llegan desde Centroamérica en su camino hacia los
Estados Unidos.
Lo que sí es un hecho es que el gobierno de
Andrés Manuel López Obrador les ha dado un poder político y económico a las fuerzas
armadas como no lo habían tenido desde la creación del “abuelo” de Morena, el
Partido Nacional Revolucionario, que en sus orígenes contó incluso con un
sector militar, además de que todos los presidentes de la República de la
época, hasta Manuel Ávila Camacho, fueron militares.
En el sexenio de López Obrador se les ha
concedido a las fuerzas castrenses fueros que incluso nunca tuvieron antes,
como los de la construcción de obras públicas como el aeropuerto de Santa Lucía
–que de por sí, era una base militar-, la operación y usufructo del Tren Maya y
ahora hasta la administración de las aduanas y los puertos del país.
El objetivo es claro: mantener la lealtad de
la alta jerarquía castrense. Lo cual va mucho más allá de las tareas de
seguridad pública que se le asignaron a soldados y marinos –sin marco legal que
las soportase- desde el gobierno de Felipe Calderón, que se mantuvieron con el
de Enrique Peña Nieto y se multiplicaron con el de López Obrador. Con este
último, irónicamente, a contrapelo de lo que fue siempre el discurso de su
movimiento: seguridad sin guerra, no más sangre, los militares a los cuarteles.
Palabras que se llevó el viento y sus seguidores decidieron “olvidar”.
Ahora López Obrador considera que era “un
absurdo” que los militares no participasen de las tareas de seguridad. Con todo
y que existen varios pronunciamientos de organismos internacionales de defensa
de derechos humanos y de la propia Organización de las Naciones Unidas que
advierten sobre los graves riesgos que, para los derechos humanos precisamente,
implica que la responsabilidad de la seguridad pública recaiga en corporaciones
cuyo adiestramiento se basa en eliminar –matar- a los objetivos considerados
como enemigos. Exactamente la causa de las miles de muertes violentas que desde
2006 se registran en México y que proyectan al actual sexenio como el más
sangriento de lo que va del siglo.
Pero por si todo eso no fuera suficiente para
preocuparse seriamente por el rumbo que puede tomar el país con la
militarización de prácticamente todas las actividades estratégicas del Estado, solo
hay que observar la arrogancia con la que los jefes de las fuerzas armadas se
han comenzado a conducir, al amparo del enorme poder que se les ha conferido.
Por ejemplo, lo dicho por el secretario de la
Marina Armada de México, José Rafael Ojeda Durán, este lunes en el puerto de
Veracruz durante la conferencia “mañanera” del presidente López Obrador y a
pregunta expresa de uno de los “moléculas” reporteriles que les llevan: “México
carece de servidores públicos honestos” y “la gran diferencia entre nosotros y
muchas otras instituciones es que nosotros no podemos darnos el lujo de tener
malos elementos”.
Sin dejar de reconocer el importante servicio
que soldados y marinos prestan a la población, particularmente cuando hay
desastres naturales, tampoco puede dejarse de lado que a lo largo de la
historia de México, lejana y reciente, las fuerzas armadas han sido usadas para
reprimir a los disidentes, para simular el combate a los grupos de la
delincuencia organizada e incluso para apoyar el trasiego de drogas. Sin ir tan
lejos, ahí están los casos de Ayotzinapa y Tlatlaya en el sexenio anterior, en
los que el Ejército participó en la desaparición y en la ejecución
extrajudicial de personas. Ni qué decir de su papel en la llamada “guerra
sucia” de los años 70 del siglo pasado.
Pretender –como algunos corifeos y
textoservidores del régimen sostienen- que como ya gobierna la autoproclamada “cuarta
transformación” esos mandos militares ya se “portan bien”, respetan los
derechos humanos y no están coludidos con el crimen organizado, es de una
“ingenuidad” harto sospechosa.
Y por otro lado, el abierto desprecio
manifestado por el almirante Ojeda Durán hacia la autoridad civil, expresado en
una generalización en la que se pasó a traer al Comandante Supremo de las
Fuerzas Armadas, no es más que una señal de que los militares están al acecho
del poder. Y el que ya se les dio, será muy difícil quitárselos.
Email: aureliocontreras@gmail.com
Twitter: @yeyocontreras
Comentarios
Publicar un comentario