LA GRAN FARSA DEL DINERO ELECTORAL
![]() |
Fotografía: Cuartoscuro |
Arrinconados por las críticas de la masa vociferante
en las redes sociales, los partidos políticos y la propia autoridad electoral
buscaron una salida para, supuestamente dentro del marco de la ley,
redireccionar el dinero público que los primeros reciben a tareas de
reconstrucción y ayuda a los damnificados de los sismos.
Cuál émulos de Juan Escutia, los dirigentes de
los principales partidos en México se envolvieron en la bandera de una
demagogia descomunal y uno a uno se lanzaron al vacío de la retórica, anunciando
el porcentaje de su financiamiento público al cual “renunciarán” –ésa fue la
figura que recomendó usar el Instituto Nacional Electoral, la renuncia al
dinero- para que éste sea utilizado para apoyar en las zonas afectadas por el
desastre.
Todos, valga hacer la precisión, menos Morena,
donde siguen obstinados en decir que “donarán” la mitad de sus prerrogativas de
2018, lo cual es ilegal si pretendiese hacerse en esos términos –aunque fue
exactamente en esos términos que lo aprobó su Consejo Nacional este fin de
semana-. Pero por lo menos para usos propagandísticos, es bastante lucidor.
En la puja de la subasta del desastre, la “oferta”
que arrasó con todas –pero por demagógica e irresponsable- fue la del Frente
Ciudadano por México, en el que participan PAN, PRD y Movimiento Ciudadano. Sus
dirigentes, en el afán de demostrar que ellos “sí escuchan al pueblo”, salieron
con que de una vez se elimine por completo el financiamiento público a los
partidos políticos y que éstos sostengan sus actividades a través de las aportaciones
de sus militantes y -hay que poner especial atención en esto- de sus simpatizantes.
No faltarán quienes afirmen que se trata de una
gran idea. Que ya basta de mantener a la partidocracia, cuyos dirigentes viven
como monarcas en un país agobiado por la pobreza. Que se rasquen con sus
propias uñas. Y en parte no les falta razón. La propuesta –en apariencia-
atiende algo que sí es un reclamo social: detener el derroche electoral, que
para el año próximo se calculó, antes de los sismos, en una cifra que ronda los
12 mil millones de pesos.
Como todas las proclamas pretendidamente
justicieras, ésta arrancó los aplausos del graderío de las redes, que la exaltó
como una “victoria” del “pueblo”. Sin embargo, la propuesta –a la que a
regañadientes y acusando supuestos “plagios” ya se adhirieron otras fuerzas políticas-
es un engaño que podría resultar tremendamente perjudicial para el país.
El financiamiento público al sistema
político-electoral y a los partidos tiene su origen en las reformas electorales
de 1990 y 1996. El objetivo era crear un andamiaje institucional ciudadanizado
que brindara confianza y certeza, para que no fuera el mismo Ejecutivo quien
organizara directamente los comicios, como sucedía entonces.
También se buscaba reducir la enorme brecha de
inequidad en el gasto en campañas que hacía prácticamente imposible el arribo
al poder de fuerzas políticas distintas a la que gobernaba de manera hegemónica
en esos años. Y con todos sus fallos y vicios, es un sistema que ha funcionado,
pues ahora existe alternancia partidista en los distintos niveles de gobierno.
Su eficacia, es materia de otro análisis.
Desaparecer de tajo el financiamiento público
–en lugar de reducirlo bajo reglas claras, equitativas y transparentes-
significaría un retroceso de casi 30 años. Por un lado, privilegiaría a los
partidos con las estructuras más grandes y con acceso a presupuestos
gubernamentales, que serían los únicos con capacidad de sufragar el costo de
una campaña política en condiciones de competencia.
Por otro lado, se abriría de par en par la
puerta para la privatización absoluta de la actividad política. Los partidos y
candidatos se verían supeditados al dinero y, por ende, a los intereses de los
capitales privados, de los “simpatizantes” que los financien, quedando reducida
a su mínima expresión su función como entidades de interés público, para en
cambio convertirse, en los hechos, en meros representantes de corporaciones
nacionales y transnacionales. E incluso, del crimen organizado, que también
tiene dinero en abundancia para invertir en política.
¿Que eso ya ocurre? Por supuesto, imposible
negarlo. ¿Pero porque ocurre es mejor resignarse y dejar pasar, en abierto y
sin restricciones? No, definitivamente no.
La propuesta del Frente Ciudadano por México
–instigada por el dirigente de Movimiento Ciudadano, Dante Delgado Rannauro- además
implicaría una reforma constitucional, que cualquiera que tenga nociones
mínimas de derecho sabe que sería inaplicable para el proceso electoral de
2018, pues éste comenzó desde el pasado 8 de septiembre y cualquier enmienda
legal que lo afecte tiene que aprobarse por lo menos con tres meses de
anterioridad a su puesta en marcha. Surtiría efectos prácticos hasta las
elecciones intermedias de 2021.
Y en cuanto a las tareas de reconstrucción, los
líderes partidistas prefieren no mencionar que son sus representantes en el
Congreso de la Unión los que tienen la potestad de redirigir hacia ese
propósito el gasto público –de los partidos y del gobierno en general- en el
Presupuesto de Egresos de la Federación de 2018, que está en proceso de
deliberación. Empero, aunque ese dinero aún no ha sido asignado, los políticos
ya disponen del mismo, anunciando “donaciones” o “renuncias” a recursos que no
les han autorizado y que ni siquiera son de ellos.
Pero para efectos de la gran farsa del dinero
electoral y la “conciencia social” de la clase política, es más conveniente y
útil decir que “escuchan al pueblo”. Hay elecciones en puerta.
Email: aureliocontreras@gmail.com
Twitter: @yeyocontreras
Comentarios
Publicar un comentario