PROPAGANDA INFAME
Sin precedente alguno en algún otro gobierno
en la historia de México, la propaganda ha sido el arma favorita durante el
sexenio lopezobradorista y si acaso, la única estrategia que tiene este régimen
para “gobernar”.
Las conferencias “mañaneras” del presidente
Andrés Manuel López Obrador no son ejercicios de rendición de cuentas ni su
objetivo es informar al “pueblo”. Claramente han sido diseñadas para manipular,
instruir y llamar a la acción al núcleo más duro de sus seguidores, dictándoles
cuál es la agenda que deben promover y, las más de las veces, a qué político,
activista, empresario, funcionario, periodista o institución deben atacar y
desacreditar.
Para amplificar la instrucción presidencial
de ataque, el régimen montó un muy amplio equipo de voceros que replican -tanto
en redes sociales como en los medios de comunicación en los que los incrustan,
vía los convenios publicitarios- cualquier falacia con la que en Palacio
Nacional hayan decidido marcar la agenda del día. Y hay que reconocerlo, les ha
funcionado.
Eso no es gratis. Esos propagandistas reciben
pagos que han sido documentados mediante búsquedas en la Plataforma Nacional de
Transparencia –a la que el lopezobradorismo quiere desaparecer junto con el
INAI-, a cargo de “servicios publicitarios” o cualquier otro concepto afin. Y
como “según el sapo es la pedrada”, los montos que todos esos voceros,
youtubers y textoservidores de la “4t” reciben, varían.
Ellos y las hordas de bots y trols que se
manejan desde diferentes oficinas –como la del vocero presidencial Jesús
Ramírez Cuevas- son los encargados de las “guerras de lodo” para desprestigiar
a cualquier persona que se convierta en su objetivo por haber hecho una
crítica, por preguntarle algo a López Obrador que lo saque de su zona de
confort mañanera –y de sus casillas-, por exhibir alguna corruptela de su
gobierno o de sus familiares, o porque haya rechazado una iniciativa, una
propuesta e incluso una ley con la que en la “4t” se acomoden el país a sus
intereses más facciosos.
La brutal y feroz campaña del régimen
“cuatrero” en contra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación luego de que,
en uso de sus facultades legales, anuló el bodrio conocido como “Plan B”, se
inscribe en ese contexto: el autoritarismo obradorista es incapaz de aceptar
que se le diga “no” a nada y quien se atreva, que se atenga a las
consecuencias.
Solo que el asedio a la Corte ha subido de
tono de manera por demás peligrosa. Fue tanta la furia que despertó en el
titular del Ejecutivo que los ministros se “atrevieran” a anular sus reformas
por obvias violaciones al proceso legislativo –de lo cual hay antecedentes en
otras resoluciones similares-, que ha lanzado a una verdadera jauría a
destrozar la imagen y la credibilidad de uno de los poderes de la Unión, sin
importarle un carajo las consecuencias.
Es tan burda la campaña para difundir medias
verdades y falsedades completas, que incluso están usando a los medios públicos
para propagarlas, como al Canal Once, otrora orgullo de la televisión cultural mexicana,
hoy sobajado y reducido a ser un altavoz de la propaganda más asquerosa de un
régimen violento e intolerante, cuyo jefe está enloquecido por un poder que se niega
a entregar, incluso a quien vaya a sucederlo en la silla presidencial el año
entrante.
El daño que esta manera de “desgobernar” ha
causado es enorme. Recomponer lo roto le tomará décadas al país y a una
sociedad que ha sido fragmentada por un discurso de odio y resentimiento
exacerbado.
Ministros
del “pueblo”
Uno de los embustes con los que el obradorato
busca minar a la Corte es su propuesta de que los ministros sean elegidos “por
el pueblo” para que sean más “democráticos”.
Y basa su idea en que “así era” en los
tiempos de Benito Juárez –su tótem histórico-, cuando se promulgó la
Constitución de 1857. Y así mismo lo replican sus hordas, con total
desconocimiento de la ley y de la historia misma.
Los magistrados de ese entonces eran
elegidos, efectivamente, pero no de manera directa por los ciudadanos. El
artículo 92 de la Constitución del 57 establecía que “su elección será
indirecta en primer grado” y se llevaba a cabo a través de colegios de
electores. No existía tal elección directa del pueblo como ahora vociferan.
Aun así, resultaba tan problemático este
método por la politización que generaba, que fue suprimido en la Constitución
de 1917, en la que se determinó elegirlos en el Congreso de la Unión a
propuesta de las legislaturas de las entidades.
Fue hasta el sexenio de Ernesto Zedillo que
se hizo otro cambio radical en la composición de la Corte, mismo que los
palafreneros de la “4t” también invocan recientemente.
Lo que se estableció a mediados de los 90 –a
través de una reforma constitucional consensuada con todas las fuerzas
políticas- fue, además de una reducción de la burocracia judicial, la autonomía
plena de la Corte y que sus ministros fueran elegidos a través de propuestas
del Ejecutivo que debe votar el Legislativo. Esto es, la responsabilidad recae
en los representantes del pueblo que votó por ellos. Se llama democracia
representativa.
Lo que quiere López Obrador es una Corte
sumisa y abyecta, como todos los que lo rodean. Y para ello, no tiene empacho
en mentir como respira.
Email: aureliocontreras@gmail.com
Twitter: @yeyocontreras
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