CONTROL ABSOLUTO
En
apenas 11 días del naciente sexenio, la nueva clase gobernante encabezada por
Enrique Peña Nieto ha mostrado que sus formas de entender la política son las
del viejo PRI, ése que premia o castiga, que negocia o reprime, pero no se anda
con medias tintas. Y sobre todo, ha dejado en claro cuál es su filosofía: el
poder no lo comparte con nadie.
Peña
Nieto lo demostró desde el mismo día de su toma de posesión. Anunció la
apertura para licitar dos nuevas cadenas de televisión abierta y mayor
competencia en telecomunicaciones. Y ahí mismo, dio la noticia de que habría
una reforma educativa.
Desde
el principio, le dio un manotazo en la mesa a dos de los poderes fácticos más
poderosos de México: los monopolios de las telecomunicaciones y el sindicato
magisterial.
¿Por
qué habría de enfrentarse Peña Nieto con quienes lo apoyaron para llegar a la
Presidencia? No por un ánimo democrático. Ni tampoco por esquizofrenia. Se
trata más bien de un principio básico con el que el priismo gobierna. El poder en
México lo encarna una sola persona: el titular del Ejecutivo federal.
Más
allá de si todo el entorno de Peña Nieto está “salinizado” (por los claros
nexos de la mayoría de su gabinete legal y ampliado con Carlos Salinas), lo
cierto es que el presidente es él. Enrique Peña es quien toma las decisiones y
asumirá las consecuencias de las mismas.
Sus
antecesores no tuvieron ni el talento, ni las agallas, para hacerle frente a
Emilio Azcárraga, a Carlos Slim, a Ricardo Salinas o a Elba Esther Gordillo.
Vicente Fox y Felipe Calderón fueron como dos ratones asustados que nunca se
atrevieron a contradecir a estos personajes, que hicieron y deshicieron a su
antojo estos últimos doce años y se convirtieron en el poder real tras la silla
presidencial.
Peña
no es así. Su estilo y sus formas son las de la presidencia imperial que
describió Enrique Krauze. Por lo pronto, y a pesar de que es evidente que no
está de acuerdo con la reforma educativa, pues supone casi su acta de
defunción, el SNTE ya salió a avalarla. Elba Esther sabe que si se opone, será
aplastada. Con los magnates de los medios y la telefonía todavía está pendiente
el round.
Esas
formas del viejo presidencialismo también las demostró Peña con el cerco a San
Lázaro y la represión a manifestantes el 1 de diciembre. Pero maquiavélicos
como son los priistas, la responsabilidad y el descrédito lo está cargando casi
por completo el gobierno del Distrito Federal.
La
cereza del pastel es la “elección” de César Camacho, otro ex gobernador mexiquense,
como nuevo dirigente nacional del PRI, sin que hubiera algún aspirante más al
cargo.
La
línea marcada desde Los Pinos es clarísima. Enrique Peña quiere el control
absoluto.
Twitter: @yeyocontreras
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