SECUESTRADO Y SIN MARGEN DE MANIOBRA
El arranque de 2025 ha vuelto a poner al
descubierto la naturaleza más autoritaria del régimen, así como las redes de
complicidades que lo han mantenido en el poder a pesar de su manifiesta
incapacidad y corrupción.
Mientras la mayoría de los mexicanos
celebraba el fin de año, el morenato asestaba un golpe con el que buscará
mantener a raya a cualquiera que considere una amenaza, un adversario o
simplemente un crítico que se niegue a seguir la línea oficial.
Además, con esta reforma el gobierno de
Claudia Sheinbaum entró en desacato a la sentencia de la Corte Interamericana
de Derechos Humanos, que hace más de un año ordenó la eliminación de la
prisión preventiva oficiosa de la legislación mexicana, pues en los hechos se
le puede considerar como una detención arbitraria, de acuerdo con la Oficina en
México del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos
(ONU-DH).
“Detener de forma automática a las personas
viola los derechos humanos, además de que desincentiva las capacidades para
investigar delitos e incumple sentencias y recomendaciones internacionales.
Hacer que la detención sea automática y se mantenga durante todo el proceso
anticipa indebidamente un castigo y constituye una detención arbitraria
que expone a todas las personas, especialmente a las más pobres”, aseveró ONU-DH
desde noviembre pasado.
Pero al gobierno “humanista” de Sheinbaum
–mangoneado descaradamente por Andrés Manuel López Obrador- le importó un
bledo, porque lo que está buscando es, contrario a la postura que enarbola en
el discurso, mantener un férreo control sobre las manifestaciones sociales, las
críticas periodísticas y la oposición política. Y cuando sea necesario, aplastarlas.
Baste ver la desproporcionada reacción del
régimen ante el reportaje del diario estadounidense The New York Times sobre un
presunto laboratorio clandestino de fabricación de pastillas de fentanilo en
Sinaloa. Todo el aparato propagandístico y político del gobierno se “envolvió
en la bandera” para acusar “intervencionismo” extranjero porque la pieza
periodística simplemente muestra –y ni siquiera fue la primera vez que eso
aparece en un medio- lo que todo mundo sabe: que los cárteles del crimen
organizado producen esta letal droga dentro del territorio nacional mexicano,
desde donde se introduce al mercado en Estados Unidos, país que sufre una
verdadera crisis sanitaria por su alto consumo.
Tan grave es esa crisis, que se convirtió en
una bandera de campaña de quien el próximo 20 de enero retornará a la
presidencia de los Estados Unidos, Donald Trump, y que entre otras cosas, ha
afirmado que declarará como organizaciones terroristas a los cárteles mexicanos
de la droga, lo que de acuerdo con su propia legislación, le autofaculta para
combatirlos fuera del territorio estadounidense. Concretamente, en México.
La reacción de Sheinbaum ha sido,
inopinadamente, en el mismo sentido: insuflar el nacionalismo, hablar de la
defensa de la soberanía y asumirse como “niña héroe” frente a la amenaza
trumpista, a sabiendas de que en realidad no hay mucho que pueda hacer si ésta se
hiciese realidad. Y cuando lo que habría que hacer sería llamar a un combate
coordinado entre ambas naciones contra los grupos delincuenciales. Claro, si
éstos no fueran sus socios.
Este fin de semana circuló de nueva cuenta
–ya se había publicado hace una semana- una carta que presuntamente envió el
propio expresidente López Obrador a los senadores de Morena, a través de su
coordinador de bancada Adán Augusto López Hernández, en la que, entre otras
cosas, se plantea que “distintos grupos, alentados por la narrativa de la
oposición, podrían realizar movimientos sociales que recriminen la existencia
de elementos militares extranjeros dentro del territorio; pudiendo suscitarse
revueltas o levantamientos en armas en ciertos territorios” (sic).
La veracidad del documento no fue desmentida
por nadie y exhibe el nivel de preocupación y sobre todo la complicidad
existente entre el régimen obradorista –porque Sheinbaum a duras penas toma
decisiones menores- y la delincuencia organizada, convertida en ariete para
influir en las elecciones en favor del partido oficial, y que ve como una
amenaza real la posibilidad de un operativo militar estadounidense en México
para descabezar a los cárteles.
Todo eso ha ocurrido en menos de dos semanas
y es así como llega a sus primeros cien días el gobierno de Claudia Sheinbaum:
sin margen de maniobra, secuestrado por un expresidente megalómano e
irresponsable que se niega a dejar de dar órdenes porque él sigue detentando el
poder, y en un escenario de alto riesgo por lo que implicará el nuevo mandato
de Donald Trump, quien también es capaz de cualquier cosa para mantener la
aprobación de su base más dura de seguidores.
Y esto apenas comienza.
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