SIN LEY
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Fotografía: Gobierno del Estado |
La acelerada degradación de la convivencia
social que se sufre en México encuentra una de sus explicaciones en la
sistemática y cada vez más descarada violación del Estado de Derecho en este
país.
Tal pareciera que priva ya la “ley de la
selva” en prácticamente todo el territorio nacional. Las imágenes de comandos
armados hasta los dientes disputándose un mercado en Chiapas, o las de las
numerosas masacres –ésas de las que el presidente López Obrador suele burlarse,
porque según él son “inventos” de los “conservadores”- que lo mismo ocurren en
el Estado de México que en Michoacán o Veracruz, dan cuenta de un país en
llamas, en el que los criminales hacen lo que les viene en gana y controlan
amplias franjas en las que no hay más norma que la suya.
Si las imágenes no bastan, vamos a los
números. De acuerdo con cifras del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional
de Seguridad Pública –o sea, del mismo gobierno- en los tres años y medio del
sexenio de Andrés Manuel López Obrador se han cometido un total de 121 mil 642
asesinatos. Y un primer punto de comparación es inevitable: ya se superaron los
120 mil 463 homicidios perpetrados en todo el periodo de gobierno de Felipe
Calderón Hinojosa, el que declaró la “guerra contra el narcotráfico” e instauró
la estrategia de militarización de la seguridad pública. Esa misma que la
actual administración no solo no desmontó –como lo prometió mil veces en
campaña-, sino que la ha reforzado a niveles demenciales.
Pero para no ir muy lejos, solamente en mayo
pasado se registraron dos mil 910 víctimas de homicidio y feminicidio en el
país, lo que convirtió a este mes en el más violento de lo que va de este año. En
México se asesina casi por deporte, mientras que las fuerzas de seguridad
tienen la orden de dejar hacer y dejar pasar a los criminales, cuyas
manifestaciones de violencia son cada vez más salvajes, crueles e inhumanas. Pero
el gobierno también los “cuida” porque son “seres humanos”, dice el presidente.
Sin embargo, la violencia desmedida no es la
única manifestación de la destrucción del Estado de Derecho en el país. La
clase política gobernante no tiene prácticamente ningún freno y quebranta la
legalidad ya con absoluto descaro, pasando por encima de la Constitución sin
disimulo, consciente de que las sanciones son tan flácidas que bien vale la
pena violar la ley en pos de las ambiciones personales.
Lo peor es cuando esas conductas son
alentadas por el propio régimen gobernante, al cual literalmente le valen madre
las restricciones a la promoción política personal, los actos anticipados de
campaña y el desvío de recursos públicos a cielo abierto en el que incurren los
aspirantes a ocupar la candidatura de Morena a la Presidencia de la República,
con la “bendición” del propio López Obrador, a quien le encanta el juego de la
“tenebra” política, tan común en los megalómanos.
Más absurdo resulta todavía que esas
restricciones, esos candados legales para evitar la deleznable promoción
política personal con cargo al erario fueron impulsados desde la oposición por
los mismos que ahora tienen el poder, precisamente porque en ese entonces
fueron víctimas de las prácticas que hoy en día tanto disfrutan y aprovechan en
su beneficio.
Por si todo lo anterior no fuese
suficientemente nocivo, el desprecio por la legalidad adquiere su nivel más
monstruoso cuando las instituciones del Estado son manipuladas para usarlas
como arietes contra los enemigos políticos o simplemente como armas para
reprimir a quien no se somete a lo que digan los poderosos en turno, que seguro
creen que el poder les durará por siempre.
El caso de Veracruz en ese sentido es
emblemático de todo lo que caracteriza a un régimen decadente. Con el peor
sistema de justicia penal de toda la República Mexicana, el gobierno que
encabeza formalmente Cuitláhuac García Jiménez es una verdadera vergüenza
nacional: persigue a sus opositores, reprime a quienes protestan, legisla con
las tripas –cuando legisla algo-, desacredita a la prensa crítica y humilla a
la que exhibe sus dislates, mete a la cárcel a inocentes, desvía recursos
públicos para promover aspiraciones políticas, se apodera de proyectos exitosos
para echarlos a perder mientras vacía sus arcas. La lista podría llenar otra
cuartilla.
Cuando el respeto por la ley deja de ser
importante y ésta se violenta sistemáticamente, la viabilidad misma del Estado
se pone en riesgo. Y eso alienta las conductas antisociales, la inseguridad, la
violencia.
Total, ¿la democracia? ¿La ley? ¿A quién
chingaos le importa?
Email: aureliocontreras@gmail.com
Twitter: @yeyocontreras
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