México necesita un cambio radical: Enrique Florescano

“Si este país se sostiene es porque la mayoría de los mexicanos siguen trabajando”, sentencia el historiador, académico y editor Enrique Florescano Mayet, al repasar los principales problemas de la actualidad nacional.
Con firmeza, asevera que México “necesita un cambio radical” para volverse más competitivo y la vez menos injusto. Pero también duda, y se hace un cuestionamiento: “la gran pregunta es si nuestros políticos serán capaces de entender lo que está pidiendo la sociedad mexicana”.
El ex director del Instituto Nacional de Antropología e Historia, oriundo de la ciudad de Coscomatepec, enfatiza que es menester una revolución educativa en el país, que abarque a las instituciones, los docentes y a las familias: “no podemos dejarle a la televisión y a los medios de comunicación masivos el que creen esta idea en los niños y jóvenes de que el valor más alto es el consumo. Eso es lo peor que puede pasar en una sociedad. La desvertebración de las redes sociales”.

INCAPACIDAD DE LA CLASE POLÍTICA

Desde su perspectiva como académico e historiador, ¿qué viene para México con la transición en el poder presidencial, ante la posible restauración de un régimen que creíamos había fenecido?
Es muy difícil predecir lo que va a pasar con el cambio de gobierno. Yo creo que es posible que continúen las grandes tendencias de la sociedad mexicana y eso es lo que me preocupa, lo que hay que cambiar.
Ahí viene otra pregunta, ¿el gobierno que viene será capaz de entender los cambios que hay que hacer? ¿Será capaz, conociendo la estructura de la votación del pueblo mexicano, que es muy inteligente y en dos sexenios no le ha dado el poder absoluto a ningún partido sino que lo ha repartido?
Eso nos indica que la sociedad mexicana sí está pensando y actuando acorde a su reflexión sobre cuál es la situación política. La gran incógnita, el gran desafío, son nuestros políticos, que es la clase más desprestigiada en el conjunto de valores de los mexicanos, y esto no lo digo yo sino todas las encuestas.
Entonces la gran pregunta es si nuestros políticos serán capaces de entender lo que está pidiendo la sociedad mexicana. Otra es si serán capaces de unirse, puesto que las fuerzas están divididas y ninguno por sí puede obtener las votaciones mayoritarias para hacer los cambios económicos, educativos, sociales, en materia de trabajo. Ésa es la gran disyuntiva que tenemos enfrente.
Entonces, viendo así la situación, hay un gran escepticismo. Leyendo a los comentaristas políticos de varios medios, todos expresan su convicción de que el nuevo gobierno tiene que hacer un cambio radical, y para eso se necesitaría
primero aceptar que la clase política es considerada por la mayoría de los mexicanos como una carga en lugar de un apoyo.
Una carga que nos cuesta mucho dinero, porque es una de las clases políticas que más dinero gana en el mundo, que menos trabaja efectivamente por lo que le pagamos, que menos nos representa en nuestras aspiraciones, pues no tenemos seguridad, no tenemos empleo, no tenemos buena educación, no tenemos buena salud. Y todo eso es consecuencia de la incapacidad de la clase política para unirse y hacer los cambios que necesita este país.
¿Cuáles cree que sean los principales cambios que tiene que fijarse el próximo gobierno?
Necesitamos abrirnos a ser un país competitivo. Para eso, debemos cambiar nuestras formas de inversión y de producción. Tenemos que hacer de Petróleos Mexicanos una gran industria, competitiva a nivel mundial. Tenemos que cambiar todo nuestro sistema de trabajo y la legislación actual, que permita la independencia del trabajador.
Tenemos menos de seis millones de trabajadores en organizaciones sindicales contra una fuerza de trabajo de más de 50 millones. O sea, 45 millones de trabajadores no están protegidos por sindicatos, y los que sí lo están, sus sindicatos no son realmente defensores de los intereses de los trabajadores, sino de los líderes sindicales.
Estamos con problemas muy serios en la angustia permanente que vive la población por la inseguridad. Ése es uno de los grandes, grandes, grandes temas que tenemos que resolver.
Ahora bien. Todo esto no se puede resolver alrededor del puro instrumento gubernamental. El mayor error de la política del presidente Calderón fue haber proyectado un programa contra el narcotráfico y la inseguridad a partir solamente de los instrumentos del gobierno, y no haber llamado a la sociedad, a las instituciones educativas, a las instituciones sociales, a plantear cómo podíamos combatir juntos el problema.
Yo lo veo de una forma compartida, extendida social, política y gubernamentalmente. Si este país se sostiene es porque la mayoría de los mexicanos siguen trabajando.

UNA REVOLUCIÓN EDUCATIVA

¿El papel del historiador en México está debidamente valorado?
Yo creo que en los últimos 15, 20 años, ha disminuido la estimación y el valor que se le daba al profesor en general en las universidades mexicanas, y más aún en la enseñanza básica y media.
Digamos que ha habido una desvalorización. Unas veces debido a los rumbos y las idas y vueltas que ha dado el magisterio en su parte sindical, no en su parte propiamente docente. La parte sindical se ha visto cada vez más conectada con los vaivenes políticos y en ese sentido le ha dado más tiempo y entrega a esas tareas que a la docente, que era su función primera y básica. Eso ha pasado en la enseñanza básica.
En la secundaria y profesional, hubo un cambio desde los años 70, 80, en que las instituciones académicas de educación superior alcanzaron un nivel alto y una extensión casi nacional.
Cuando yo me formé, a finales de los 50, principios de los 60, estaban nada más la UNAM, el Colegio de México y el Instituto Nacional de Antropología como grandes instituciones de enseñanza de la Historia. En Xalapa se creó la facultad de Filosofía y Letras, algo excepcional. También en Jalisco y otros lugares, no más de tres.
De repente, de los años 70 en adelante, en todos los estados surgieron universidades con facultades e institutos dedicados a la enseñanza de la Historia. Se creó un mercado propio de los historiadores. Y los historiadores, en lugar de seguir escribiendo, pensando y enseñando para la sociedad en su conjunto, empezaron a reducir su ámbito de interés a sus propias áreas, facultades y estudiantes. Su lenguaje se hizo más complicado, erudito o especializado lo llaman algunos, y ya no llegaba tan fácil a la mayoría de la población.
Entonces, se fue reduciendo la influencia del profesor y el investigador de nivel superior en la sociedad, y eso ha hecho que hoy haya una desconexión, una separación cada vez mayor entre la sociedad y la investigación y la enseñanza superior.
Eso es gravísimo. Y pasa no sólo en la Historia y el ámbito de las Ciencias Sociales. Se ha expandido. Soy miembro de la Academia de Ciencias, me tocó participar en reuniones con académicos del área de las ciencias duras, las matemáticas, la astronomía, la salud, y yo que me había quejado 15 años antes de la separación entre la Historia y el público, me encontré que en todas las áreas se quejan de lo mismo. Se quejan, pero no crean los mecanismos para restituir esa relación y acercarlos.
Creo que éste es uno de los grandes desafíos que tenemos los profesores, los investigadores: volver a hablarle a la sociedad, volver a conectarnos con la sociedad. Estamos a mucha distancia de lo que era la situación de los estudiantes hace 30, 40 y ya no digamos 50 años. La nueva generación que está entrando a las universidades es más pobre, menos alimentada, con más problemas de salud y con deficiencias graves en la educación. Viven en ambientes más hostiles a la formación y desarrollo de una personalidad bien lograda.
El problema es que nuestras universidades les están enseñando lo mismo que me enseñaron a mí hace 50 años, y esta población merece y necesita un cambio en las formas de enseñanza, en las formas pedagógicas, en las materias, y una reducción muy fuerte en el tiempo de formación. Ya no podemos esperar a que un joven pase cinco años para obtener una licenciatura, o siete para una maestría, u ocho o diez para un doctorado.
Sin reducir la calidad de la enseñanza, tenemos que cambiar la forma de preparar a esta nueva generación, que necesita otro tipo de empleos, otro tipo de formación técnica que le permita acceder pronto al mercado de trabajo y en condiciones competitivas. Si no preparamos jóvenes que tengan una formación que les permita competir mundialmente, vamos a quedar en una situación difícil.
¿Cree que haga falta una revolución educativa en México?
Necesitamos una revolución educativa, pero también en el interior de las familias. No podemos decir que es solamente un problema del sistema educativo el que nuestros jóvenes no salgan bien preparados.
Tenemos que cambiar los hábitos de convivencia familiar, de educación familiar, de educación ciudadana y de educación social. Tenemos que modificar esos hábitos de aprendizaje y lectura solitaria. Ahora el niño con la computadora, la Internet, vive aislado, ya no tiene formas de relación con sus compañeros y está creando una personalidad inhóspita, que rechaza las formas de relación y comunicación con los demás, y que por lo tanto no entiende en qué sociedad vive, no entiende ni respeta al otro. No sabe convivir con los otros.
No podemos dejarle a la televisión y a los medios de comunicación masivos el que creen esta idea en los niños y jóvenes de que el valor más alto es el consumo. Eso es lo peor que puede pasar en una sociedad. La desvertebración de las redes sociales.

“LO MEJOR ES QUE ESTOY BIEN”

¿Tiene algún libro en puerta?
Sí. Está por salir uno muy interesante, que precisamente trata de poner su granito de arena sobre los problemas de los que hablamos. Se llama “México en la perspectiva del Siglo XXI”. Lo coordiné con el ministro José Ramón Cossío e hicimos un coloquio en noviembre del año pasado en la UV. Estamos convirtiendo a Xalapa en un centro de discusión de asuntos nacionales.
Ese libro ya está por salir en una coedición de la Universidad Veracruzana, la Secretaría de Educación y el Fondo de Cultura Económica, y lo vamos a presentar en la FIL de Guadalajara.
Y un libro mío, personal, que reúne mis reflexiones como historiador, se llama “La función social de la Historia”. Ya está en pruebas, ya vi la carátula.
¿Cómo ve a la Universidad Veracruzana?
Siento que se ha revalorado nacionalmente. Ocupa uno de los primeros lugares en el medio universitario nacional, tiene presencia latinoamericana muy fuerte. Ahora, tiene problemas serios que necesitamos primero que sean reconocidos. Necesitamos más crítica y autocrítica interna, pero bien hecha.
¿Cuál es su sentir sobre el homenaje que le realizaron este mes?
Para mí fue una sorpresa, porque diversas instituciones, comenzando por la Universidad Veracruzana, el Colegio de México, el CIDE, el Ciesas, el Centro de Estudios Carso y otras, se confabularon para hacer una reunión especial de homenaje.
No me había detenido a pensar que cumplía 75 años de edad, que se cumplían más o menos 50 años de actividad en el magisterio, en la investigación histórica, en la docencia. Y lo mejor es que estoy bien.
Enrique Florescano Mayet es el historiador más importante de México. Ha plasmado sus investigaciones en numerosos libros sobre el pasado prehispánico, la historiografía, la historia económica y social, la memoria, los símbolos y los mitos, y las identidades. Es notable su trabajo sobre la figura de Quetzalcóatl.
Nació en Coscomatepec en 1937. Estudió Derecho e Historia en la Universidad Veracruzana. Cuenta con la maestría en Historia Universal por El Colegio de México y el doctorado en Historia por la École Pratique des Hautes Études de la Universidad de París (Sorbona). Ha sido profesor en El Colegio de México, la UNAM, Cambridge University, Getty Center for the Humanities y Yale University, entre otras.
Fue Director General del Instituto Nacional de Antropología e Historia (1982-1988). Fundó y dirigió la revista Nexos (1978-1982). Dirige la colección Biblioteca Mexicana del Fondo de Cultura Económica y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, y la colección Pasado y Presente de la editorial Taurus.
En 1976 recibió el Premio Nacional de Ciencias Sociales, otorgado por la Academia de la Investigación Científica. En 1982 el gobierno francés le hizo entrega de las Palmas Académicas y en 1985 fue nombrado Caballero de l’Ordre National du Mérite por el presidente de la República de Francia, François Mitterand. En 1996 obtuvo el más alto reconocimiento que otorga el gobierno mexicano: el Premio Nacional de Ciencias y Artes, en el área de Historia, Ciencias Sociales y Filosofía.
Recibió el Doctorado Honoris Causa por la Universidad Veracruzana, en la que participó como integrante de la Junta de Gobierno, y para la que ha organizado congresos académicos de gran relevancia, como el Simposio Veracruzano de Otoño.

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