UN DILEMA, UN MODO DE VIDA
A diez años del fallecimiento del
periodista veracruzano José Miranda
Virgen, familiares, colegas y amigos recuerdan su carrera, celebran
lecciones de vida y rebaten el expediente que asienta las circunstancias de su
muerte
Por
Dulce Liz Moreno
Llamado a contar historias, José Miranda Virgen inició carrera en el El
Sol de México en la capital del país. Era 1968. La historia pasó de tensa a
ruda y sangrienta en medio año y la política de ese diario se consolidó del
lado del presidente Gustavo Díaz Ordaz
hasta arrinconar al nuevo reportero en una contradicción: las páginas del
periódico no tenían nada que ver con lo que ocurría ante sus ojos.
La confrontación de esas dos
versiones de los sucesos lo siguió cada día, desde entonces. Lectores, colegas
y amigos creen que esa fue también la causa de su muerte hace diez años, aunque
el caso 851/2002/II, archivado en la Procuraduría General de Justicia del
estado de Veracruz, asienta que un accidente doméstico le cercenó la vida.
Dos hermanos del periodista
recuerdan las escenas de varias noches idénticas en aquel año de convulsión
social, marcado por la matanza de estudiantes en Tlatelolco. Escucharon al
joven dolerse de la incongruencia de tener prohibida la narración de lo que
atestiguaba y a don José Miranda
González, el padre del cronista exasperado, advertirle dos opciones de
trabajo, que equivalen a modos de vida: correr el riesgo de sufrir represalias
por parte de quienes ostentan el poder o negar el dictado de los sentidos hasta
cauterizarlos para evitar el remordimiento.
El hombre mayor no encontraba,
entonces, el modo de combatir la impunidad de los que abusan sistemáticamente
del poder. Los colegas del periodista ven el mismo panorama medio siglo
después.
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—¡Miranda, Miranda!, ¿me dejas
bailar con tu hermana? —A Pepe no le simpatizaba del todo la pregunta, pero
encaraba a los estudiantes peinados con brillantina, se enderezaba bien, hacía
el gesto de hermano mayor y dejaba que la pequeña Guadalupe, de tobilleras con
encajes, luciera a mitad de la pista los pasos entrenados en la sala y el patio
de la casa.
¡Cómo olía a cuñado en las jamaicadas de la Escuela Nacional de
Maestros! Su compañera de baile era un imán con crinolina a punto de merengón,
entre las orquestas de Carlos Campos,
Pablo Beltrán Ruiz, el show de la
Santanera y Los
Rebeldes del Rock.
El normalista se hacía lugar en la
capital del país, que para entonces se traducía en ocho y hasta diez horas de
camino en autobuses desde casa, un ritmo
de vida complicado y unas calles sin brisa ni neblina ni notas de café o
gardenias. Copiaba la ruta a su padre, profesor de secundaria.
Estudiaba duro y muchas horas, pero
Palma Sola, Veracruz, lo hizo nacer en 1942 con fuerte propensión a la salsa y
al danzón, así que los fines de semana y las horas libres se destinaban a
giros, pasos y cadencias. El eslabón de las décadas 50 y 60 que
revolucionó la moda, el aguzado oído
para los idiomas y la sincronía natural con los ritmos lo hicieron también
aficionado a otro estilo, tanto, que en el Teatro Iris del Distrito Federal fue
campeón de rock & roll.
Cuarenta años después, Guadalupe
contestó el teléfono a las 10:30 de la noche.
—¿Quieres ver en vivo a Óscar D'León?
En un tris, ella cambió la piyama
por el mejor de sus vestidos y los zapatos altos. En
el salón Barlovento de Xalapa, capital veracruzana, volvió a ser reina de la
pista, como la vez el campeonato, como en los bailes de la Normal: con la
cadencia bien aprendida, nunca olvidada, marcada por el hermano. Y frente al
salsero venezolano.
La madrugada del 11 de octubre de
2002, doña Guadalupe despertó de súbito por otro timbrazo. Escuchó la peor
noticia de su vida. Pepe estaba grave: una explosión incendió su departamento
en Boca del Río. La angustia hizo de esos 112 kilómetros una tortura.
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Vuelto al estado de Veracruz, tras ejercer en el Distrito
Federal, José Miranda Virgen fue
jefe de prensa del gobernador Rafael Hernández Ochoa (1974-1980). Se topó con el mismo dilema del 68. Luis Velázquez Rivero asegura que Miranda se ciñó a los hechos contra el subsecretario de Gobernación
Carlos Brito, quien lo desplazó.
De ese cargo, José Antonio Herrera Cerezo tiene buena memoria. El profesor de
arte hoy jubilado era invitado a examinar piezas concursantes por el Premio de
Periodismo. "Era exigente pero muy transparente. No le conocí tendencias
ni políticas ni de clase, o ideológicas", indica.
Miranda se volcó en la profesión desde los diarios. Organizó en
Xalapa, capital de Veracruz, la Unión de Periodistas Democráticos (UPD) que
dirigió en el país Eduardo Valle El Búho, líder del 68. Decenas le
aprendieron la confección de géneros periodísticos y formas narrativas, afirma
la periodista y actual vocera del gobierno de Xalapa, Vicky Hernández Rodríguez.
Fundó una cooperativa para echar a
andar El periódico La Crónica de
Veracruz. Ahí cuajaron sus aspiraciones: informadores-dueños,
profesionalización, salarios que evitaran corrupción e investigaciones que
ganaran respeto y confianza de los lectores. Publicó encuestas con solidez metodológica
y especializó a sus reporteros.
“Perfeccionista y demandante”, describe Isaelda González Conde al jefe y sus
empeños: ortografía, gramática y calidad de información. “Redactar sin dominio
del idioma era desinformar”. De traje y corbata, “con gran conocimiento y
cultura, insistía en cuánto pesaba nuestra forma de vestir, el dominio de temas
y hasta vocabulario” al plantarse frente a funcionarios y personajes
destacados. Él entrevistaba a extranjeros en inglés, materia que enseñaba en
aula con pizarrón. Hoy, Isaelda vive
de hablar y escribir en ese, el idioma oficial de Estados Unidos.
En casa del director, aquel equipo
comió acamayas en todas las sazones durante fiestas tan luminosas como las
navidades de hermanos, en la casa mexiquense de Luzma con los clanes de Felipe,
Esther, Cecilia, Jorge, Elizabeth y Guadalupe, siempre contraparte en salsa y
rock & roll. A esa mesa convocaba Pepe, igual que de niños cuando cocinaba
por doña Gloria, la mamá trabajadora: con un tintín de cuchara en sartén.
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El hombre de la guayabera clara se
disculpa. Aclara que citó a la reportera en el café del malecón para evitarle
extravíos en el puerto de Veracruz, "pero aquí no podemos hablar".
Prefiere caminar hasta el sitio que más frecuenta, donde a esta hora de la
tarde se encuentran ocupadas únicamente dos de once mesas. Elige la más alejada
de los ventanales y de la gente.
Desde el apretón de manos inicial,
las preguntas las ha hecho él: por qué hablar de su amigo Pepe Miranda, quién encomendó el trabajo, dónde se publicará, para
qué recordar el caso, qué interés personal hay en esta tarea y, sobre todo,
quién es la persona que le siguió el paso en la acera y ahora lo escucha en el
fondo del local; pide credenciales, publicaciones recientes y cuando calcula que
tiene suficientes pruebas, remarca los pliegues del entrecejo y explica:
"Esto es algo muy serio" y "aquí no se puede confiar en
nadie".
El tono de la sentencia es similar
al de otras voces anónimas, recogidas por la organización mexicana Periodistas
de a pie, en 2011, tras una serie de ataques ocurridos en este puerto y el
municipio contiguo, Boca del Río: el 20 de junio fueron asesinados Miguel Ángel López Velasco, subdirector
y columnista policiaco del periódico Notiver, y su hijo Misael, fotógrafo del mismo rotativo. Un comando los acribilló en
su casa; también a la esposa del periodista. El 24 de julio siguiente, la reportera más allegada a López Velasco, Yolanda Ordaz de la Cruz, no regresó a casa; sus cadáver fue
abandonado en la calle, dos días después.
"La psicosis se ha apoderado
del periodismo en Veracruz", afirma uno de los informadores que alertó
sobre la situación que enfrentaba el gremio de trabajadores de los medios de
comunicación en esta entidad. "Desde entonces, los compañeros tanto de la
fuente policiaca como de información general no quieren cubrir ni siquiera las
protestas que estudiantes de la Universidad Veracruzana realizaron para
condenar el asesinato del catedrático José
Luis Martínez Aguilar", en ese mismo año.
"Luego de la muerte de Milo
Vela y Yolanda reinó un caos. La amenaza al gremio se sintió real, cercana. La
fuga de aquellos que cubrían la fuente policiaca fue casi tan rápida como llena
de rumores. Ante el éxodo masivo de reporteros policiacos, las mesas de
redacción se quedaron con el problema de cómo llenar esa sección por muchos
leída, pero que ahora no tenía a nadie que se atreviera a escribirla".
"Luego sucedió lo de los 35
cuerpos (abandonados en el bulevar más importante de Boca del Río, el 21
septiembre del mismo 2011), y a mí me tocó tomar fotografías, habíamos pocos
medios", narra uno de los fotorreporteros que reseña el repliegue de los
periodistas en esta región.
Para entonces, el entorno de los
informadores estaba oscurecido con crímenes que la fiscalía del estado de
Veracruz abordó con argumentos tambaleantes, a juicio del gremio y de los
familiares de las víctimas: la desaparición de Jesús Mejía Lechuga el 13 de
julio de 2003, los asesinatos de Raúl Gibb Guerrero en agosto de 2005 en Poza
Rica y Hugo Barragán Ortiz en Xalapa, de Roberto Marcos García (Boca del Río) y
Adolfo Sánchez Guzmán (Río Blanco) en 2006; Luis Daniel Méndez Hernández fue
baleado en Tuxpan (2009).
En 2011, en marzo fue secuestrado
Noel López Olguín y su cadáver fue descubierto el 1 de junio. Después de los
asesinatos de los tres informadores de Notiver, Manuel Fonseca Hernández,
reportero principiante de 17 años, fue desaparecido en Acayucan el 19 de
septiembre.
Este año, Veracruz se oscureció aún
más: Regina Martínez Pérez, corresponsal del semanario Proceso, fue asesinada en su casa, en Xalapa, el 28 de abril. Cinco
días después, los fotógrafos Gabriel Huge Córdova --quien también había
trabajado en la sección policiaca de Notiver--, Guillermo Luna Varela y Esteban
Rodríguez fueron abandonados en un paraje del puerto. Al mes siguiente, el 14
de junio, el cadáver de Víctor Manuel Báez Chino fue arrojado a las calles del
centro de Xalapa. Una treintena de fotógrafos, reporteros, cartonistas y
editores han huído de esta entidad o abandonado el oficio.
El hombre de la guayabera color
hueso se disculpa de nuevo. Ha expuesto durante dos horas algunas instantáneas
que le dejó en la memoria la charla y la convivencia con José Miranda Virgen, con quien compartió el pasatiempo más
frecuente del periodista: las partidas de dominó. Pero lo agobia la rabia: no
se identificará públicamente, ni siquiera para hablar bien de un amigo a quien
admiró y que, siente, le aprendió lecciones de vida. Este momento es tan
adverso y oscuro, que no se arriesgará.
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La
Crónica de Veracruz, el semanario fundado por José Miranda Virgen, incomodó a los gobernadores Dante
Delgado y Patricio Chirinos. Los
ejemplares archivados revelan casos de corrupción. Delgado retiró la plaza magisterial a Miranda y los alumnos protestaron en el centro de Xalapa. Chirinos boicoteó la publicidad,
refieren reporteros y articulistas que tripularon la nave.
Sin proyecto propio, Miranda decidió aplicar su trabajo de
modernización y profesionalización en otros medios de comunicación. Fue subdirector
regional en Xalapa, luego subdirector editorial y vicepresidente de Sur de Veracruz; impulsó un rediseño y
cimentó lo que hoy es Imagen de Veracruz.
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Sólo la Procuraduría de Justicia
estatal cree lo que dice el expediente del caso. El 11 de octubre de 2002, una
explosión hirió a Miranda. Murió el
siguiente día 16. Colegas, lectores críticos y amigos enlistan las
circunstancias por las que rechazan la versión policial:
Que el agudísimo olfato del
periodista pasara por alto el hedor de gas en su casa, resulta imposible. Que
se esfumara quien vio al tipo que lanzó un objeto segundos antes del estallido,
sospechoso. Que la computadora personal del periodista desapareciera,
irregular.
"No tuve mucha libertad para
escudriñar en los laberintos de la política. Fue una muerte extraña,
confusa", sintetiza José Antonio
Herrera Cerezo el dicho de los entrevistados que consideran el anonimato
como el único modo de preservar la vida en el oscurecido panorama veracruzano
para los informadores.
Coinciden con la opinión vertida
décadas atrás: donde abuso e impunidad dominan, hay riesgo a la hora de narrar
lo que contraviene el interés de los poderosos. En la que fue última entrega de
su columna “El espejo del poder”, Pepe
Miranda inició una serie informativa sobre el asentamiento del narcotráfico
en Veracruz —a la vista de funcionarios y policías— durante el gobernador, en
funciones ese fatal 2002, Miguel Alemán.
NOTA
Una versión de esta biografía se
encuentra en la antología Tú y yo
coincidimos en la noche terrible, que se presentará en la Feria
Internacional del Libro en Guadalajara,
el 29 de noviembre a las 16:00. En esas páginas se conservan las
historias de vida de los 127 trabajadores de la información asesinados o desaparecidos
en territorio mexicano durante los dos primeros sexenios de la alternancia. No sólo los que murieron o desaparecieron a causa de
lo que estaban escribiendo sobre narcotráfico o corrupción, sino de los que
murieron o desaparecieron por el clima de violencia e impunidad que azota al
país.
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