AUNQUE SE SUFRA COMO PERRO
Hace
dos semanas, en una reunión me preguntaron si era feliz con lo que hacía. Que
si mi trabajo como periodista me daba felicidad o al menos satisfacción
personal.
No
lo dudé un instante. Contesté que sí, que definitivamente sí. Que haberme
dedicado al periodismo ha sido una de las mejores decisiones de mi vida. Y que
a pesar de todos los pesares, de los bajos salarios, de las jornadas
exhaustivas e inacabables, de los patrones explotadores e insensibles que a
veces te tocan en el camino, y sobre todo de los riesgos que entraña ser un
narrador de la cotidianeidad, si volviera a nacer, sería reportero de nuevo.
Mi
profesión me ha dado la oportunidad de palpar realidades que de otro modo no
tendría idea siquiera de su existencia. Me ha permitido conocer que en un mismo
espacio conviven la bondad y la maldad, que junto a la riqueza ostentosa se
clava como un trinche ardiente en la conciencia la pobreza más indignante. Y que
nuestra función como comunicadores es dar a conocer los hechos, señalar sus
causas y cuestionar a sus perpetradores. Para bien o para mal.
No
comulgo con la idea del martirologio artificioso ni del estado de excepción o
privilegio para quienes nos dedicamos a este noble oficio. Pero repudio
cualquier intento por acallar las voces de quienes a través de una hoja de
papel, un micrófono o una cámara damos cuenta de los sucesos y plasmamos
nuestra visión de la realidad que nos ha tocado vivir y relatar.
Ser
periodista en estos tiempos en México, y particularmente en Veracruz, puede
llegar a ser un acto de verdadero heroísmo. En especial para quienes se dedican
a la cobertura de la nota diaria, de los hechos de violencia y las
manifestaciones de descontento social. O para los que simplemente ejercen la
crítica de manera honesta, como una manera de señalar los excesos de los
poderosos y corregir lo que en apariencia está equivocado o marcha mal.
A
lo largo de casi 19 años en la brega periodística, he conocido gente
valiosísima, y también personajes despreciables. De todos he aprendido algo. Y como
todo mundo, también he cometido errores, de los que de igual manera intento obtener
una enseñanza. Y mucho más me falta por aprender aún. El día que crea que lo sé
todo del periodismo, más me valdrá retirarme y dedicarme a otra cosa.
Disculparán
los lectores que ocupe este espacio hablando en primera persona de mis
convicciones que, seguramente, sólo a mí interesan. Pero aunque suene a lugar
común, el final de un ciclo anual es siempre una buena oportunidad de reafirmar
lo que somos y en lo que creemos como seres humanos.
Como
profesional de los medios, creo firmemente que es posible hacer buen periodismo
aún en las condiciones más adversas, y que éste, al contrario de lo que piensan
la mayoría de los dueños de los impresos y de las estaciones de radio y TV, sí
puede ser negocio, mucho más digno que sólo estirar la mano para pedir
convenios o “mochadas”.
Sí,
me hace tremendamente feliz dedicarme al periodismo, al que el premio Nobel de
Literatura Gabriel García Márquez define como “el mejor oficio del mundo”. En
eso creo y sin el menor asomo de duda lo volvería a hacer, como también lo
expresó el gran escritor colombiano, “aunque se sufra como perro”.
De vacaciones
Esta
columna se tomará unos días de asueto para reflexionar sobre sus maledicencias
y regresar con energía recargada el 7 de enero. Felices fiestas a todos.
Email: aureliocontreras@gmail.com
Twitter: @yeyocontreras
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