UN SUICIDIO DEMOCRÁTICO
Fotografía: Twitter de Manuel Velasco Coello |
Las
elecciones de 2018 significaron un parteaguas histórico en la vida pública del
país, sin ninguna duda. Y también parecen representar el fin del sistema de
partidos políticos como lo conocemos en la actualidad.
Nadie
con dos dedos de frente podría poner en duda que el voto masivo que recibió
Morena en esos comicios de manera alguna responde a una identificación
partidista, programática y mucho menos ideológica de la población mexicana con
sus planteamientos.
Es
claro que ese alud de sufragios no lo hubiese alcanzado Morena en un escenario
en el que no llevara como candidato presidencial a Andrés Manuel López Obrador,
quien tampoco recibió el apoyo de 30 millones de electores por sus propuestas políticas
específicas –más allá de “terminar con la corrupción”-, sino porque representó el
mazo con el cual los ciudadanos mexicanos destruyeron la base de una
partidocracia corrompida hasta la médula.
Los
resultados de esa brutal ruptura del sistema político mexicano los podríamos
clasificar, por un lado, en la altísima concentración del poder en una sola
figura política, la del actual Presidente de la República, que con base en ello
reclama para sí todos los fueros de la antigua “presidencia imperial”, en la
que los deseos y decisiones del titular del Ejecutivo federal eran
incuestionables.
“¿Qué
horas son? Las que usted diga, señor Presidente”, reza una vieja conseja de la
política mexicana, que refleja fielmente lo que representa el presidencialismo
omnímodo que parecía haber sido desterrado de México desde la segunda mitad de
la década de los 90 y que fue resucitado con inusitada fuerza en 2018.
Ese
mismo terremoto político implica, por otro lado, el derrumbe de los partidos políticos
como la base del sistema de acceso al poder. Su desprestigio, su futilidad, su ausencia
respecto de los verdaderos problemas del país y, por sobre todo, su proclividad
a corromperse provocaron tal hartazgo, tal desencanto, que hoy están convertidos
en meros cascarones vacíos, sin nada adentro. Ni siquiera militantes.
De
acuerdo con la más reciente actualización de los padrones de militancia dado a
conocer por el Instituto Nacional Electoral a partir de los mismos datos
proporcionados por los partidos políticos, éstos sufrieron la pérdida de
importantes porcentajes de sus afiliados de un año a la fecha. Algunos, al
borde de sostener simples membretes.
Todos
los partidos, salvo el Verde Ecologista, sufrieron sensibles bajas en su
militancia. Incluido el gobernante Morena, que registró una disminución en su
número de afiliados de 12 por ciento. Muy considerable tratándose del partido
en el poder, con mayoría en las cámaras del Congreso de la Unión y en varias
legislaturas estatales, y que acaricia la posibilidad de consolidarse como el
nuevo instituto político hegemónico del país.
El
PAN también resintió una importante pérdida de militantes, del orden del 38 por
ciento. Mucho más grave fue la situación de Movimiento Ciudadano y el Partido
del Trabajo, que perdieron cada uno a 51 por ciento de sus integrantes. Más de
la mitad.
Y
en donde están al borde del cataclismo es en el PRD y en el otrora poderoso
Partido Revolucionario Institucional. Del “sol azteca” se fue el 75 por ciento
de su militancia, mientras que el tricolor, el partido que hasta hace año y
medio gobernaba el país, fue abandonado por 76 por ciento de sus miembros. Tres
cuartas partes. ¿Quién seguirá en el PRI?
Llama
la atención que, contra esta tendencia, el nefasto Partido Verde –la
sanguijuela electoral más dañina de este país- no solo no perdió miembros, sino
que registró un incremento de 51 por ciento. Inexplicable, salvo por el hecho
de que su alianza con el actual partido en el poder –lo cual resume toda su
ideología y praxis política- ha resultado atractiva para un buen número de
tránsfugas de otros partidos –y en especial del PRI- que lo ven como su
“tablita de salvación” para continuar pegados a la ubre presupuestal.
El
registro de nuevos partidos que se concederá este mismo año a varias
asociaciones no cambia en lo esencial este escenario. A lo sumo, servirán para
negociar posiciones, sin propuestas reales ni constructivas, salvo contadísimas
excepciones.
El
mensaje es claro: así como están, los partidos ya no representan a la sociedad.
La partidocracia está en estado terminal. Pero lo que estaría por sustituirla
es un retorno a la más detestable autocracia y, por ende, a un suicidio
democrático.
Email:
aureliocontreras@gmail.com
Twitter:
@yeyocontreras
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