TAPAR EL SOL CON UN DEDO


 Hace no tanto tiempo, el gobierno y el partido en el poder controlaban y, en su caso, decidían sobre lo que aparecía y lo que no debía aparecer en los medios de comunicación, impresos y electrónicos, a nivel nacional.
Eran las épocas más autoritarias del régimen, en las que desde las direcciones de prensa o las secretarías de Gobernación o de Gobierno, según fuera el caso, dictaban los encabezados de las primeras planas de los diarios, se ensalzaban las acciones de los gobernantes en turno, así fueran las más frívolas e idiotas, y se linchaba mediáticamente a los disidentes del régimen, cuando no simplemente se les desaparecía del mapa, como si nunca hubiesen existido.
Aún perdura en la memoria colectiva, por lo reciente de los hechos, el tratamiento informativo de la matanza de Tlatelolco en 1968 o el Halconazo en 1971, donde los estudiantes fueron equiparados con delincuentes, cuando eran las víctimas de un Estado asesino.
Cómo olvidar la manera en que los medios se rindieron ante el presidente Carlos Salinas calificando como un acto de gran “valentía” que aplastara con toda la fuerza del Estado mexicano al dirigente petrolero Joaquín Hernández Galicia “La Quina”, en venganza por haber apoyado en la campaña presidencial  a su contrincante Cuauhtémoc Cárdenas (cualquier semejanza con algún asunto de actualidad, no es mera coincidencia).
La sociedad, sin más elementos que los que le proporcionaban los propios medios de comunicación, se iba con la finta y aceptaba las versiones oficiales de los actos, legales e ilegales, que ese viejo régimen cometía. Prácticamente no había contrapesos, y cuando los había, eran desarticulados desde el poder mismo, como le ocurrió al Excélsior de la época de Julio Scherer, asaltado por una gavilla de rufianes al servicio del entonces presidente Luis Echeverría.
La conquista de espacios para la libertad de pensamiento y expresión fue una batalla de años, en la que la presión de la sociedad poco a poco fue abriendo, aunque fuera sólo un poco, a los medios de comunicación. La revolución de las comunicaciones que significó el advenimiento de la Internet aceleró ese proceso, a pesar de los medios mismos.
Y con la aparición de las redes sociales, ni hablar. Resulta hasta ocioso querer ocultar un hecho, una idea. La información fluye con tal velocidad, con tal capacidad de propagación, que es imposible detenerla o controlarla como se hacía antaño.
Sin embargo, en Veracruz, en muchas oficinas gubernamentales y muchísimos medios de comunicación tradicionales (en el sentido más arcaico de la palabra tradicional), creen que aún estamos en la época de Díaz Ordaz, Echeverría o Salinas. Creen que con sólo desearlo u ordenarlo, pueden evitar que se expresen y difundan opiniones diferentes a la oficial, o peor aún, a la oficiosa. Creen que la sociedad sigue siendo menor de edad. Creen que pueden tapar el sol con un dedo.
Lamentamos decirles que no. Así cierren los espacios de los medios tradicionales (cuya credibilidad está por los suelos, y por la misma razón, están en vías de extinción) no podrán callar a todas las voces que, en uso de su derecho, manifiestan sus posiciones y critican la mediocridad del debate y la actividad pública.
A pesar de los intentos de regresiones autoritarias, a pesar de editores trogloditas y directivos de medios ignorantes, a pesar del intento por callar el mínimo asomo de crítica, aquí seguimos. Y en la trinchera nos moriremos.

Twitter: @yeyocontreras

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