AMLO SALVA
Fotografía: archivo |
Reduccionista y contradictorio por naturaleza
en sus concepciones sobre la política y el ejercicio del poder, el líder
nacional de Morena, Andrés Manuel López Obrador, juega al justiciero, al
defensor de los desposeídos y al adalid de la lucha contra la corrupción bajo
una careta de izquierdista que oculta, cada vez menos, al ultraconservador ex
priista que en realidad es.
Su última “idea”, la de considerar otorgar la amnistía
para los líderes del crimen organizado como una vía para “pacificar” al país,
es no solo absurda e insultante para las familias de las miles de víctimas
provocadas por la violencia de estos grupos de asesinos sanguinarios, sino que se
opone necesariamente a sus propias proclamas de acabar con la corrupción,
cuando ha sido precisamente gracias a la corrupción que los delincuentes se han
apoderado, a sangre, fuego y billetes, de enormes franjas territoriales de
México.
López Obrador así es en todo. Como en realidad
no encaja en ninguna corriente de pensamiento que no sea la suya, que proviene
del priismo echeverrista que pretendía liderar lo que hace 45 años se llamaba
el “tercer mundo”, Andrés Manuel toma retazos de ideologías de variopinto
origen y les coloca el disfraz de una izquierda que, en los hechos, no existe
en el panorama partidista en México.
Así, mientras su esposa Beatriz Gutiérrez apela
a la nostalgia de la vieja izquierda revolucionaria cantándole canciones de
Silvio Rodríguez para ganar su ovación de pie –y hacer propaganda viral en
redes sociales-, en el otro extremo López Obrador busca congraciarse con la
Iglesia y los sectores más conservadores eludiendo por completo pronunciarse
sobre temas “escabrosos”, como la despenalización del aborto, la legalización
de las drogas o los matrimonios entre personas del mismo sexo.
Para Andrés Manuel
López Obrador, la solución a todos esos temas que no le gustan pero que tampoco
puede rechazar abiertamente porque forman parte de la agenda de la izquierda
social de la que está colgado, es que se sometan a “consultas populares”. Como
si el asambleísmo a mano alzada fuera un sistema para gobernar. Y como si los
derechos humanos dependieran de que una masa alienada tenga a bien reconocerlos.
No es casual que el actual puntero en las
principales encuestas hacia la sucesión presidencial en México haya escogido el
12 de diciembre como la fecha para su registro como precandidato de su partido
ante el Instituto Nacional Electoral. La asociación de Morena con la figura de
la virgen de Guadalupe fue calculada por el lopezobradorismo desde el momento
en que decidieron que ese partido fuera reconocido a través de ese acrónimo.
En lo que López Obrador sí coincide con la
izquierda más sectaria es en la intolerancia a la crítica, el maniqueísmo y el
autoritarismo. Quien se atreve a disentir de lo que diga el líder, no tiene
lugar junto a él en su partido y es sometido a una estalinista purga. Quien no
está ciegamente a favor de cualquier cosa que proponga o diga, está en su
contra, forma parte de la “mafia del poder” o está “maiceado” por alguno de sus
adversarios políticos.
Por el contrario, quien lo acepta en su vida
como la “salvación” del país, tiene abiertas las puertas. Aunque se trate de
políticos y empresarios de la peor calaña a quienes en el pasado tildó públicamente
de corruptos, como varios de los que ahora lo rodean.
Pero lo que subyace entre todo ese amasijo de
posturas contrapuestas entre sí es un vacío de ideas sustentables, que es reemplazado
por frases y propuestas efectistas, facilonas, que arrancan el aplauso fácil,
pero que no representan soluciones reales ante la gravedad de los problemas del
país.
Empero, refugiarse en el auto de fe de que
“AMLO salva”, requiere de una menor complicación intelectual. Hasta lo podrían
usar como eslogan.
Email: aureliocontreras@gmail.com
Twitter: @yeyocontreras
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